VISITA A PEÑAFIEL
Corría un viento mesetario del mes de agosto, un diez del mismo. Decían los abuelos que por estos pagos se las gastaban y sabían del tiempo que de ello los agricultores vivían. No te fíes y usa la ropa que de él, te proteja y te haga cómodo tu trabajo y feliz el sosiego. Pues eso, nos ponemos en marcha.
La idea, poco original, recorrer la ruta de la milla de oro. Íbamos con poca planificación (la realidad es que ninguna salvo conocer alguna bodega, llegar al castillo, al museo, la plaza del coso, otros aspectos culturales, un buen lechazo de la zona…).
El disfrute ha merecido la pena más si se muestra la zona a quien lo hace por primera vez. Lo cierto es que el campo, con sus viñedos se mostraron en su máximo esplendor. En cuanto a la industria que lo acompaña no podemos decir nada mejor: por abundante y, en algunos casos, de gran lujo pero sin ser ostentoso.
Debo decir que la subida y vista al castillo me han dejado un grato sabor de boca. Aquí tenemos que felicitar a la gran profesional que nos acompañó a la visita del castillo. Pues más allá de sus conocimientos de historia del monumento, su amabilidad, su forma de transmitir; en definitiva saber muy bien adaptarse a todos los que tenía a su alrededor, desde recién nacidos (es verdad, incluso una madre amamantaba a su vástago) hasta los más talluditos. Creo que toda la población por rangos de edad estábamos representados. No olvido sus primeras palabras: “recordad que estamos hablando de la época medieval para entender la historia y lo que estamos visitando; más allá de leyendas y documentales actuales”. De las vistas desde la cima y demás comentarios obvios que se pueden comprobar cuando lo visites nada más que decir. Simplemente hay que verlo y disfrutarlo si te apetece y te gusta
La visita al museo del vino, bien. Me dejó la sensación de un mundo nuevo. Más allá de la tradición o el modernismo o la novedad. En este caso: entender el vino y lo que le rodea.
Ya sabemos, para otra ocasión, que hay que planificarlo. El tiempo y las horas de visita. Ver cómo se accede hasta la cima y los posibles problemas de espacio para vehículos en el recinto.
El intentar una vistita con cata y demás parafernalia en una bodega sin previa reserva o comunicación, con horarios, y demás; fallido. Y más si lo dejas para por la tarde. En fin, nos ha quedado lo clásico y disfrutar, donde los hay de su hostelería.
Por el amplio panorama de negocios de restauración y la fecha, pensábamos que no tendríamos problema en encontrar el lugar adecuado para disfrutar de las exquisitas viandas del lugar. Otro error. Tuvimos la suerte de encontrarnos con el lugareño adecuado, nos recomienda EL MOLINO. Espectacular, pero es recomendable tener reserva. Nos tocó esperar, pero mereció la pena. Para no perder de vista la zona, por supuesto tuvimos la suerte de la recomendación del vino en el restaurante citado. Sin hacernos expertos ni carta ni leches. Un excelente Aicara de la bodega Pinna Fidelis. Excelente sin más historias.
El fin de la parada en un lugar, de los muchos, quizás. Restaurante de bodega de reconocido prestigio. Vuelvo a recomendar la planificación previa si se quiere algo más que un refrigerio. Ni fechas ni nada, por si acaso un poco de planificación.
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