SEMANA CULTURAL
Estamos hablando de la semana del ocho al catorce de mayo del diecisiete. Comienza con la Feria del Libro pucelano y acaba con la visita al Museo de Valladolid. Tengo poca costumbre de actos y demás saraos. Me gusta el sosiego, ir a los sitios cuando me apetece y que no me impongan colas y muchedumbres al lado. Pero me doy cuenta que soy un mortal más. Tenía ganas de ver al Gellida y a mi amigo Aramburu. Y no ha quedado más remedio que acogerme a sagrado y acudir con la masa a los eventos marcados.
No ha estado mal. Somos tristes mortales. Pensamos que somos diferentes, y hete aquí que estamos hechos de la misma pasta. Creemos que los autores nos identifican, pero me parece que somos uno más en el número de la fila. Pensamos que les hacemos comentarios o preguntas interesantísimas, únicas, que les desvelamos secretos desconocidos de su obra. Y no uno más. Seguramente pensando en la próxima cita. O la recogida para completar su próxima obra o colaboración literaria. Dicen por lo bajo, casi no se oye, que son las editoriales quienes marcan su agenda: maldita sea para lo que hemos quedado los intelectuales, los grandes de la cultura. Ahora somos los monaguillos que nos colocamos en las casetas para, como los muñecos de feria, ser admirados, contemplados, estampar una firma. Y hala, el siguiente. ¡Qué asco de mercantilización de la cultura! ¡Hasta dónde hemos llegado! Somos iguales que esos famosillos de la tele de la caseta de al lado, perdón con unas colas mínimas si se compara con ellos.
He quedado satisfecho pese a todo. He hecho cola, he hablado un poco con mis referentes y he acudido a las charlas-coloquio. Y por supuesto me voy con los libros firmados. He aprendido de literatura y de vida. Metodología, esperanzas, ilusiones, pasado, presente, futuro. Trabajo y más trabajo, incertidumbres. Cuando uno trabaja en lo que le gusta no es trabajo, es la prolongación de ese divertimento continuo. No se engañan, no nos engañemos. Ya sabemos que del aire no se vive. Y al final alguien tiene que pasar por taquilla para que todos los sueños se cumplan. Es la realidad. Y por eso cada cual tiene a sus referentes, por eso, por la confianza y porque no te engañan. Son de carne y hueso. Con el don que da la inspiración y el trabajo continuo. Esas miradas a sus antecesores, ese rasgo de no querer ser el último ni el primero. El reconocimiento.
Qué difícil conocer, saber, recordar, poner cada renglón en su sitio; encontrar un sitio para cada pensamiento. Para mí muy fácil. Solo leo. Junto cuatro líneas. Ya he pasado mi semana cultural.
No, os estoy engañando. Tenía pendiente lo del museo. Aquí tranquilidad, sin colas ni firmas. Tan solo el miedo a ver el Sillón del Diablo. Sí allí estaba. Siempre hacemos lo mismo nos gusta preguntar a los que saben. Nos dan el folleto para que la visita siga un camino lógico. Su camino que también nos saltamos cuando algo nos parece poco interesante. La verdad, no nos saltamos nada. Todo es interesante. No vemos la SALA I, pero sí que damos un repaso al resto de las disponibles. Edad de Hierro, Romanización, Visigodo. Completamos la SECCIÓN DE ARQUEOLOGÍA, y pasamos a la SECCIÓN DE BELLAS ARTES, con pintura gótica, objetos litúrgicos. Y el resto de las salas. Fácil y amables de ver. No soy experto. Me pasa igual que cuando estoy en templos, iglesias, catedrales, palacios. Paso la mano, a veces de forma imaginaria, y les digo: cuéntame tu historia. La de esos personajes normales que se preguntaban por su futuro, intentaban explicarse su pasado; y seguramente se deslomaban en su presente. En qué me diferencio.
En nada, ya se ha pasado la semana. Ya somos historia, ya solo queda el recuerdo y el sueño de lo que pudo haber sido y no fue. Y dando gracias, como siempre, a los malditos ladrones de ideas. Por hacerme disfrutar. Y ver de dónde venimos y a quién debemos lo que somos: un reconocimiento en el museo.
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