MALDITOS LADRONES DE IDEAS
Suena la valoración como algo imprescindible, pero me doy cuenta que si no tiene una traducción económica no vale para nada. Hablamos de VALORES con mayúscula pero, no seamos ingenuos, el bolsillo aparece siempre presente.
Me acuerdo de la conversación mantenida entre varios dirigentes. Su discusión venía a cuento del diálogo mantenido para pactar recorte, dimes y diretes de un convenio colectivo. Ya saben ustedes, quito de aquí, pongo de allá, y al final, después de que los grandes sabios terminen en foto y gran comilona; los cuerpos técnicos de ambos grupos terminan con la redacción de aquello, que en mi modesta opinión, ni dios se lee. El mamotreto de turno, con tropecientas páginas, tecnicismos; y sobre todo números y valoraciones económicas. Números y precios. Desde a cuanto sale la hora hasta el precio tasado por hijo, funeral, boda o imaginación y logros para un lado y costo de mano de obra para otros.
Uno de los participantes, con el colmillo retorcido, para sus adentros y en bocadillo de Ibáñez, no dejaba de imaginar: todo tiene un precio….
Al día siguiente, el susodicho, tenía su visita con su doctor. Algo rutinario, pensó. Siempre era lo mismo, además se tenían confianza; muchos años compartiendo secretos, miradas y algún que otro pecadillo. Al entrar nada anormal le hacía pensar que algo extraordinario iba a cambiar su vida para siempre. Se saludaron como de costumbre. Vio el sobre que, seguramente, contenía los resultados analíticos de las pruebas rutinarias que tantas veces le había entregado el doctor. Lo reconoció por el membrete que figuraba en la parte inferior derecha: letra gótica, negrita y sombreada, con un anagrama característico: no sabía porqué pero nunca se acordaba del nombre del laboratorio, lo leía, se mantenía en su mente durante vario días, penando que esta vez se quedaría para siempre, pero… zas… al cabo de unos día al limbo de los justos. Ese día el médico se levantó, sacó una pistola y posó su cañón en la sien del paciente. Siempre habían sido aficionados a las bromas, no se lo podía tomar de otra manera. Dime en cuanto valoras tu vida, fueron las palabras del galeno. Él que tenía el culillo pelado en negociaciones y cursos, sacó su chequera y con la frialdad de un témpano estampó una cifra con varios ceros.
El médico cogió el documento recién rubricado y lo hizo trizas dejándoselo en el cenicero del centro de la mesa. Acto seguido, algo que nunca hacía. Abrió el sobre con el membrete conocido, sacó el informe que había en su interior y le hizo notar un párrafo marcado en fluorescente. En ese momento los dos se miraron, se conocían desde hace tanto, se saludaron y las mismas palabras de siempre: estamos en contacto.
La carpeta azul, como buen dirigente, estaba, justo, en el primer cajón de la mesa de su habitación, en su casa particular. La sacó con toda normalidad, a su mujer no le extrañó, sabía que en cualquier momento echaba mano de ella: una reflexión o simplemente algo que acababa de leer u oír en cualquier medio de comunicación o en la calle.
En cuanto valoro mi salud cuando la he gastado, sin darme cuenta y no dispongo de ella. Cogió el informe que le había entregado su amigo y en un acto reflejo, imitando la acción del doctor con el cheque fue directo a la papelera.
Se abrazó a su mujer sin decir nada. A ella se le escapó una lágrima, por supuesto sin que él se enterara. Hizo varias llamadas. No estaría en más valoraciones, según dijo, ya había encontrado su justa medida. Era hora de pasar el testigo.
He descubierto que después de tanto saber que no sé nada, y por eso sigo intentando saber lo que no sé: soy un mediocre. No he sido primero en nada. Nunca me ha tocado nada en el azar y mira que lo intento. Cada vez que intento juntar cuatro letras, me releo y no me gusto. Tengo una idea pero como estoy siempre en formación veo que alguien ya la ha plasmado o en un buen libro, en una película maravillosa o simplemente en una perfecta carta del lector. Simplemente he descubierto que soy un contribuyente: pago mis impuestos religiosamente. Me dicen que no tengo derecho a quejarme si no voto, pero pago mis impuestos puntalmente. Gracia a todos malditos ladrones de ideas.
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